¿Tener la certeza o estar en lo cierto?
Nada mejor que leer esta brevísima historia de Valerie Cox para responder a la pregunta…
Una mujer esperaba una noche en un aeropuerto a que llegase su hora de embarcar. Entró en la tienda del aeropuerto y escogió un libro, compró una bolsa de galletas y buscó dónde sentarse.
Estaba absorta en el libro cuando vio que el hombre que tenía al lado, con todo descaro, sacaba una galleta de la bolsa que estaba entre los dos, y ella simuló no percatarse para evitar una escena.
Ella leía, comía las galletas y miraba el reloj, mientras el «ladrón de galletas» le consumía las provisiones. A medida que pasaban los minutos se irritaba cada vez más, pensando: «¡Si no fuera tan educada, le pondría un ojo morado!».
Por cada galleta que ella sacaba, él sacaba otra. Cuando sólo quedó una, se preguntó qué haría él. Con una sonrisa en la cara y una risa nerviosa, el ladrón sacó la última galleta y la partió por la mitad. Le ofreció a ella una parte mientras se comía la otra.
Ella se la arrebató mientras pensaba:
«¡Ay hermano, qué descarado es este tipo, y qué grosero, pues no ha mostrado el menor agradecimiento!».
La mujer nunca había sentido tanta rabia, y suspiró aliviada cuando llamaron para embarcar.
Recogió sus cosas y fue hacia la puerta negándose a volverse y mirar al «ingrato ladrón». Subió al avión y se hundió en su asiento, y buscó el libro, que casi había terminado. Al hurgar en el equipaje, ahogó un grito de asombro. ¡Allí, ante sus ojos, estaba su bolsa de galletas!
«Si éstas son las mías – gimió con desesperación – ¡entonces las otras eran suyas y él trataba de compartirlas!»
Demasiado tarde para disculparse, comprendió con dolor que :
¡era ella la grosera, la ingrata… la ladrona!
Esta historia, que es un poema en su versión original, nos sirve para reflexionar y darnos cuenta de que tener una certeza no siempre significa estar en lo cierto. Que nuestros juicios precipitados y pensamientos, no siempre son acertados. Que a veces cuando nos damos cuenta…. es demasiado tarde.
Aquí tenéis la historia en su versión original, en inglés 🙂
A woman was waiting at an airport one night, with several long hours before her flight. She hunted for a book in the airport shops, bought a bag of cookies and found a place to drop.
She was engrossed in her book but happened to see, that the man sitting beside her, as bold as could be. . .grabbed a cookie or two from the bag in between, which she tried to ignore to avoid a scene.
So she munched the cookies and watched the clock, as the gutsy cookie thief diminished her stock. She was getting more irritated as the minutes ticked by, thinking, “If I wasn’t so nice, I would blacken his eye.”
With each cookie she took, he took one too, when only one was left, she wondered what he would do. With a smile on his face, and a nervous laugh, he took the last cookie and broke it in half.
He offered her half, as he ate the other, she snatched it from him and thought… oooh, brother. This guy has some nerve and he’s also rude, why he didn’t even show any gratitude!
She had never known when she had been so galled, and sighed with relief when her flight was called. She gathered her belongings and headed to the gate, refusing to look back at the thieving ingrate.
She boarded the plane, and sank in her seat, then she sought her book, which was almost complete. As she reached in her baggage, she gasped with surprise, there was her bag of cookies, in front of her eyes.
If mine are here, she moaned in despair, the others were his, and he tried to share. Too late to apologize, she realized with grief, that she was the rude one, the ingrate, the thief.